14 días después de tu partida fue el cumple de tu madrina. No quise ir, pero le mandé una torta con una carta firmada por ambas. Firmé con un simple “Ceci x2“, pero recuerdo que esa noche fue el inicio de un eterno ritual sanador: La escritura.
Agarré un lápiz, con las manos aún temblando y pensé qué te escribiría.
Unas líneas, quizás una melodía,
así es como hice que las cosas tengan algún sentido:
Al dedicarte algunas palabras me sentía cerca tuyo.
Sentía que un canal se abría.
Sentía que mientras escribía concentrada y enamorada…
llegabas a revolotear a mi alrededor leyendo atenta cada palabra de mamá.
Siempre sentí que mis palabras te traían de vuelta a casa.
En esos momentos el dolor se va, por completo, es mágico, es curioso, es raro.
Pero en los momentos en que te escribo esas líneas que a veces se convierten en cartas y otras en poesía, se vuelven analgésicas.
Nada duele. No hay duelo. Me gano un recreo, me lo busco y decido calmar mi alma.
Escribo lo que necesito. Nunca demasiado, nunca poco, solo lo suficiente para sentir que estuviste por aquí.
Mientras guardo el lápiz y me acuesto a dormir… ese canal se cierra y las dos nos vamos cada una, a nuestra cama de algodón.
Y aquí está el secreto de las cien cartas y doscientas poesías, en cada una de ellas te pude encontrar.
Gracias por venir bebé, te adoro, y hasta la próxima poesía.
Eso siempre hago, mis escritos son mi tesoro para mi hijo
Me gustaMe gusta